Se despertaron las prisas por cerrar la puerta del verano. En ca la feliza llegan gritos de la planta baja suplicando más paseos. Las chanclas australianas no entienden porqué ha de finalizar nuestra relación.
A su lado las botas inglesas de trekking se relamen los hocicos al mirar la nube negra aproximarse por el este. Las telas indias que modelaron faldas y pantalones se ofenden al recibir las primeras gotas de lluvia mientras los chubasqueros tararean alegremente el estribillo de Singin’ in the rain.
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Los bañadores apuran las últimas piscinas a la hora de la siesta y demandan fluir por lagos, rios y playas tropicales. A la tarde se despiertan del letargo veraniego las camisetas térmicas y los pantalones de montaña. Las telas del albergue y el pareo tailandés se enrollan juntas presagiando una prospera relación. La manta de picnic y la mat de viaje conversan animadamente en la sala de espera. Lord Ganesh se instaló en esta ocasión en el centro para repartir equitativamente su influjo entre piloto y copiloto.
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Un mini bath cooking, las aceitunas, los alcaparrones y las cervezas ya enfrían en la nevera que tanto quebradero de cabeza nos generó en la última semana. Todos saben dónde instalarse, los libros y libretas, la mesa y las sillas, las cajitas de ropa, las sábanas y toallas, y junto al depósito de agua, una incorporación de última hora, el palo que mi padre fabricó para el primer camino hace ya quince años. Antes de arrancar prendemos una varita de incienso y cogidos de la mano lanzamos nuestras plegarias al viento a la par que agradecemos la vuelta a la bendita rutina.