Cuando la gran bola de fuego comienza su retirada ellas se cogen de la mano y arropadas por el click de la cámara de móvil de algún familiar dan sus primeros pasos hacia el mar.
El agua mece sus tobillos y se dejan fotografiar mientras reparten sonrisas tímidas. El rojo del sari enriquece la puesta de sol restándole algo de protagonismo.
Se miran ilusionadas y se atreven a dar más pasos hasta que el agua oculta sus rodillas. Emiten gritos de alegría discontinuos y se abrazan fuertemente por la cintura. A mi parecer, madre e hija, fluyen más allá de las convenciones de su cultura.
Junto a ellas, dos jóvenes armados de tecnología disparan ráfagas de click captando cualquier leve movimiento que puedan emitir. Nada les pasa desapercibido, o si, una ola llega sin previo aviso y derrumba a tal entrañable pareja.
La mayor cae primero y acaba arrastrando a la más joven. Segundos después, ambas resurgen cual ave fénix con el sari embutiendo su cuerpo y una liana negra recorriendo su espalda, claro indicio de una melena explosiva. Los click continúan, sin importar que el sol se haya despedido.
Sin separarse la una de la otra logran salir del agua, un esfuerzo titánico que ellas realizan sin perder un ápice de su sonrisa ni el tímido gozo por su atrevimiento.