Cruzamos el río Tungabhadra por 40 rupias y las hippies piedras vocean un welcome tribal. Observamos sobre dos ruedas el paisaje cuasi lunar y permanecemos en calma ante la mirada impertérrita de los verdes arrozales. Un pedaleo constante y sonriente de uniformes azules nos avisa que ha finalizado la escuela. Las mujeres se dirigen al hogar para hornear el chapati que presidirá la cena.
Nos sorprendemos intentando encontrar la lógica de las piedras y recordamos aquel juego de niñez donde a la voz anónima de ‘pies quietos’ el mundo dejaba de girar y todos quedábamos inmovilizados. Parece que acá también jugaron, aunque a nivel full power.
Una brisa de aire nos frena en el camino y nos arrastra hasta un estratégico montículo de cara al lago. La atracción es mutua. Aprovecho para sopesar las cargas que ya no me pertenecen. Respiro. Y con cada exhalación suelto. Al retirar las manos la mole queda suspendida y yo sigo camino más ligera.