Sin vuelta atrasFueron 12 horas en la última fila del bus compartiendo toses y estornudos discontinuos. A ratos rozando el techo con la mecha blanca mientras la compañera de asiento reposa su cabeza en mi hombro con una habilidad inalterable. El sueño es constantemente interrumpido por la trajinada labor de buscar opciones en la madrugada. Un joven de tez morena, pelo largo y barba canosa, vestido de blanco y naranja me indica donde está el toilet y doy un descanso al overbooking neuronal.

Ya con los pies en tierra y la mochila a la espalda todos nos ofrecen su rickshaw aunque solo queremos caminar y compartir las ideas vespertinas. Buscamos refugio lejos del ritmo frenético de la ciudad que recién comienza a despertar. Caminamos por callejuelas repletas de tiendas de souvenirs que ofrecen sus sonrisas altruistamente hasta alcanzar uno de los puentes colgantes.
El color verde del Ganges nos atrapa hasta las rodillas y extendemos los calcetines mojados encima de una piedra al sol. El agua purifica nuestras incertidumbres y con el siguiente remolino se depositan en nuestros pies dos billetes de vuelta a casa. Los dejamos secar junto a los calcetines mientras nos reencontramos con sonrisas de Varkala y rememoramos los tiempos compartidos.
Una niña de sonrisa picarona nos ofrece una bandeja pequeña de flores naranjas. Con gran soltura enciende lo que parece ser una vela y me indica con gestos que ponga la bandeja en el Ganges. Cierro los ojos y llevo la mano derecha al corazón. El latido impulsa la bandeja hacia el río y un susurro se deposita bajo la sombra del sunset, volveréis, todo va a salir bien.