El campo base se difuminaba en la madrugada mientras el Toyota le robaba km a la carretera de curvas. Como despedida, un cielo estrellado para guiarnos del este hacia el oeste. Allí donde se pone el sol.
Con la fe comprobada de que es nuestro momento. Con la consciencia absoluta de cada paso que damos. Una nube negra nos acompaña durante una parte del trayecto aunque no consigue empañar ni un ápice nuestra visión.
La mano temblorosa sostenía la pulsera azul que en un extremo se unía a la llave maestra que habían dejado escondida bajo una caja nido. Abre y gira la llave a la izquierda, recuerdo escuchar al subir los peldaños de la entrada. Los nervios sostuvieron el momento amablemente y una corriente de aire fresco nos golpeó en la cara cuando la puerta se abrió.
La sala nos abrazó en silencio y nos sumió en un estado de dicha presente. Cruzamos nuestras miradas emocionadas y el brillo de los ojos inundó de sol la habitación. Los dedos de las manos se rozaron levemente y la kundalini brincó en el interior a ritmo de cada latido del corazón. La vida en estado puro. La vida en ese preciso instante.
Dirigí mis pasos hacia el gran ventanal con vistas al valle. Sobre un banco de madera antigua reposaba un cojín cuadrado de color gris. Quise sentarme sobre él aunque una petición interna me hizo alargar la mano para voltearlo. La lechuza se dibujaba sobre la cara A del cojín. Sus enormes ojos se posaron directamente en mi corazón que le devolvió una gran sonrisa repleta de agradecimiento.