A menos de un mes de alcanzar la línea ecuatorial de esta vida me encuentro con una señal que informa de los cinco mil ciento ochenta y dos kilometros que me separan del ecuador.
Después de terminar la clase de yoga me moría de sed y recurrí a una botella olvidada en la sala, que resultó ser de champú.
Como cada mañana despierto antes del amanecer. Me acicalo y dejo libres las rastas canosas que normalmente sujeto con una cinta en esta ya longeva cabellera.
En mitad de una severa tempestad llegamos a Cape Reinga. Allí donde las almas maorís encuentran la puerta de entrada al otro mundo.
En la orilla del lago desplegué la mat por última vez en el outside australiano. Desayuné escuchando sueños con final de novela y alegremente nos despedimos del océano y de los majestuosos seres que lo habitan.
En un paseo por los acantilados nos encontramos a un australiano que tras trotar por medio mundo regresó a su granja.
El último cigarrillo lo fumé en Coín. La carne roja que siempre se me hizo chicle se quedó en Málaga y el atún, en Conil.
Amanezco con una sonrisa que se vino del último sueño que tuve.
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