Ironman nos dio la bienvenida en el aeropuerto de Singapur y abrió la puerta de entrada a la cascada de cuarenta metros que conecta cielo y tierra. Recogimos la invitación al movimiento slow y caminamos hipnotizados por el bosque que rodea la cascada entre árboles, flores y arbustos.
En el destino descubrimos que la mochila había sido secuestrada por Thor y llegamos a casa ligeros de equipaje y empapados por la lluvia. Selamat datang di Bali, nos dijo la recepcionista del hotel ataviada con el traje típico. El primer Nasi Goreng en un Warung cercano a la medianoche y un breve paseo bajo las estrellas del hemisferio sur antes de dormir bajo el arrullo del agua y los gorjeos del gecko.
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Las cuarenta y ocho horas siguientes se vistieron con traje de baño y descalzos practícanos el slow de la habitación a la hamaca y viceversa. Se limpió y purificó el cuerpo y la mente como si de un ayuno largo se tratara. El veneno se vomitó en medio del caos del tráfico que reinaba en cada calle de la isla y las lágrimas vertidas en el Océano Índico saltaban a las tablas de surf para remontar olas gigantescas. El fuego de la danza kecak avivó el amor de Rama y Sita y tras una dura y feroz batalla pudieron estar juntos de nuevo.
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Al quinto día practiqué la serie completa en una shala bucólica bajo el sostén de una profesora sonriente. Pensé en quedarme pero la luna llena iluminó otro camino y siguiendo el instinto encontramos casa y moto para larga temporada en Ubud. Donde las casas son templos y sus puertas crecen hacia el cielo. . Donde se respira el aroma del incienso. Donde encontré una shala de yoga con paredes abiertas y clases mysore. Donde se come vegan/plant based/healthy en cualquier rincón. Donde a finales de mes hay un workshop de Guruji. Donde las tiendas se llaman Ahimsa, Eco Ego, Satya. Donde paramos el movimiento del viaje y nos plantamos para observar con curiosidad lo que brota después. Donde el corazón ha elegido. Que inmenso placer conocerte Bali.