Sobrevive aún cierta incomodidad que revoluciona los espacios internos y externos. Así derramo el postre en el pantalón indio que la secadora ha recortado cinco centímetros de cada pierna.
La sudadera verde se volvió la reina del sábado noche y una camiseta de manga corta se unió a la piyama party. La mat ahora acumula la arena blanca de la playa y tramas de césped recién cortado. La cinta tailandesa del pelo volvió para recoger al canoso indomable que crece desmesuradamente.
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En el camino encontramos que los paisajes lucen ordenados, las vides se extienden infinito, los pueblos se muestran impolutos y se respira cierto aburrimiento en ellos, los campos alimentan a vacas y ovejas merinas, las 4x4 dejan sus huellas en la playa y los chorlitos emigran a zonas libres de vehículos a motor. Cruzamos el estado del sur de Australia hasta alcanzar su parte más sur, el sur del sur lo llaman, repleta de escarpados acantilados que soportan historias de decenas de naufragios, y alli lanzamos nuestra despedida.
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En la nevera de la whale se intercambian planes de futuro por frutas y nuevas nubes de sueños por verduras. En la frontera entre los estados el ranger de turno comprueba que rodamos libres de toxinas y nos felicita por el brainstorming que se refresca en el interior de la heladera. Los kilómetros provocaron un licuado emocional y las dificultades se desvanecieron a la par que cierta armonía se alzó victoriosa haciendo honor a la entrada del nuevo estado.
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Despierto cada día al amanecer sin saber dónde desplegaré la mat ni dónde dormiré esa noche. Cocinar en la whale se ha convertido en un acto sublime que he incorporado a mi práctica diaria, al igual que pasear en la naturaleza. Hoy vino a saludar un pequeño wallaby gris que me sostuvo la mirada un largo tiempo. Arrancaba la hierba y se mantenía erguido sobre sus patas mientras la masticaba pausadamente. Confía en las decisiones, ellas ya se están cocinando a fuego lento, me dijo antes de mover sus orejas de forma dispar y volver a arrancar la hierba.