Al abrir la puerta del monasterio encontré a un peregrino asiático sentado en tercera fila y decidí acompañarle.
Los cuatro monjes benedictinos iniciaron las vespers y en esta ocasión el monje filipino lideró los cantos gregorianos. No hay retablos ni oro en el altar, en una piedra blanca reposa el libro sagrado y al fondo un crucifijo de un metro se agarra con fuerza a una de las cientos de mellas de la pared. En la bóveda del techo hay dos arcos pintados con los colores de las banderas tibetanas.
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Al momento las plegarias en latín de los monjes se funden con los latidos del corazón y el centro del pecho se expande tras los cinco minutos iniciales. Los oídos recogen las diferentes tonalidades que suavizan los pensamientos. Los hombros se alejan de las orejas, la mandíbula cae ligeramente y las manos reposan pacíficamente sobre las piernas. Veinticinco minutos de paz interior, de silencio mental, de estar presente, de ser.
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Antes de salir deposito en una caja las monedas que durante la temporada en The pilgrim stone los peregrinos dejaron en la honesty box. El monje de sonrisa amplía me ofrece su bendición y nos despedimos hasta la siguiente temporada. Él marcha de retiro a La Coruña y yo inicio el anhelado descanso. Prométeme una cosa, me dice tomando mi mano. Cuida de ti en este tiempo, que sea tu prioridad. Un abrazo profundo sirvió para sellar la promesa.
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Después de la práctica del último día, barajé las cartas del oráculo con el corazón y un pequeño colibrí vino a presentarse. Me recordó el manantial inagotable de energía y positividad que emana del interior y me invitó a seguir su camino ya que conoce donde conseguir el néctar. Vuelve a él para nutrirte y saborear cada gota de vida, me dejó escrito en una hoja de papel.
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Al momento las plegarias en latín de los monjes se funden con los latidos del corazón y el centro del pecho se expande tras los cinco minutos iniciales. Los oídos recogen las diferentes tonalidades que suavizan los pensamientos. Los hombros se alejan de las orejas, la mandíbula cae ligeramente y las manos reposan pacíficamente sobre las piernas. Veinticinco minutos de paz interior, de silencio mental, de estar presente, de ser.
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Antes de salir deposito en una caja las monedas que durante la temporada en The pilgrim stone los peregrinos dejaron en la honesty box. El monje de sonrisa amplía me ofrece su bendición y nos despedimos hasta la siguiente temporada. Él marcha de retiro a La Coruña y yo inicio el anhelado descanso. Prométeme una cosa, me dice tomando mi mano. Cuida de ti en este tiempo, que sea tu prioridad. Un abrazo profundo sirvió para sellar la promesa.
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Después de la práctica del último día, barajé las cartas del oráculo con el corazón y un pequeño colibrí vino a presentarse. Me recordó el manantial inagotable de energía y positividad que emana del interior y me invitó a seguir su camino ya que conoce donde conseguir el néctar. Vuelve a él para nutrirte y saborear cada gota de vida, me dejó escrito en una hoja de papel.