274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nCuatro mochilas y dos personas en una scooter, una motorela de diez minutos, un ferry con rayos de sol esperanzadores, una van de quince personas, un barco con literas compartidas, una room en casa de un marinero con un perro malhumorado, un bus de noventa minutos y otra van de quince personas y dos perros bajo un asiento.

Un día y medio para llegar a Pintuyan que nos recibe con lluvia y sin electricidad, el destino de una aventura incierta sin garantía de éxito. En el ayuntamiento concertamos la cita para el día siguiente a las ocho de la mañana. El oficial de turismo nos buscó una humilde habitación en la Guerta y nos invitaron a la gala de King and Queen of hearts en la noche. Hicimos combo con las escasas opciones veggies del lugar y echamos la siesta frente al mar soñando que al día siguiente pudiéramos conocer a los gigantes que habitan las profundidades marinas de estas tierras lejanas.
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Un tricicle nos recogió en el ayuntamiento y Edilberto, nos deseó suerte. En casa del coordinador de la interacción conocimos a nuestro guía y la mujer de Virgelio metió en la bolsa estanca un souvenir handmade. Ambos se despidieron con un sonriente good luck. Una bangka a motor para cuatro y dos pequeñas a remo, una por ojeador. El cielo encapotado comenzó a vaciar sus depósitos con furia a los veinte minutos de iniciar la travesía. Me dejé fluir con la lluvia, las olas que embestían la bangka y las aguas verdes cristalinas. Cerré los ojos y me quedé habitando el silencio que mi mar interno recogía de la experiencia presente.
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De pronto, el guía comenzó a gritar cientos de ‘quickly’ y ‘go’. Para cuando abrí los ojos, Carles ya estaba en el agua y justo cuando me disponía a saltar, se deslizó ante mis ojos y a ras de superficie, una especia de alfombra azul con pequeñas manchas blancas. Parece ser que vino a saludar y a invitarnos a nadar con él, el pez más grande del mundo, el tiburón ballena. Aleteaba tranquilo con sus más de siete metros de longitud. Durante unos gloriosos minutos los dos fuimos uno en ese mismo lugar, nadando liviano, sin prisas, con movimientos pacíficos, fluyendo sincronizados. Decidió girarse y por segundos me miró fijamente para después desvanecerse lentamente hasta que sus manchas desparecieron en el mar azul. El silencio fue sustituido por los gritos de entusiasmo del guía, you are so lucky.