Nada. Así a bote pronto... de nada. A ver... segundo día por Bangkok...
Concebí un plan perfecto para mi diario: dejar madurar los días, interponer semanas antes de transcribirlos para que se apaguen impactantes futilidades, para que los instantes simples y leves fructifiquen. Estupendo. Tres semanas después, de nada. No me acuerdo de nada.
Retengo algunas imágenes, por supuesto. Pero no podría demostrar que corresponden al elemento n+2 de la serie... a no ser... un pinzamiento? Eso! Recuerdo un pellizco! Un pellizco ocioso del cabezal de mi fémur contra la cadera. Y otro! Luego un agrio contragolpe de la cadera. Y así todo el día. Yo paseando mis huesos una kilometrada por Bangkok mientras estos insensibles al adorno budista no encontraban mejor entretenimiento que el intercambio de chasquidos y pinzadas. Recuerdo mi esqueleto, un amasijo de criaturas óseas hiperactivas y desmotivadas ante la serenísima paz de Buda atizándose por los cartílagos.
Pero nada más. Ni coartada tengo ante semejante amnesia. Me lo tengo merecido. Qué se nos ha perdido por esta vida nómada o más bien gitana recién estrenada? Por lo pronto, la memoria precisa de los días. Al menos una vida sedentaria memoriza recorridos y enmascara todos los días olvidados, tantos días que sobran. Qué hiciste hace 21 días? La rutina, prodigiosa coartada de presuntas existencias. Ante el mismo interrogatorio un culo de mal asiento confesará que ha vivido pero apenas recuerde un momento.
Como escasos momentos le doy al cartílago. A que revienta pronto. Recuerdo a mi abuelo sufriendo cojera por el mismo lugar. Y a mi padre, que se rebeló contra esta puñetera fatalidad genética y se hizo atornillar un hueso de titanio. Llegó mi turno. Soy implacable auto diagnosticándome. Puedo fundar una novísima escuela de selfies del diagnóstico médico, con sus correspondientes épocas de auge, esplendor y decadencia, en el trasncurrir de una cháchara con Maribelia En Movimiento, escuela finalmente derribada por el soplo de una sonrisa burlona.
Ví una suerte de castaño montado sobre la orilla del canal, con sus hojas enormes, deslenguadas. Bastaría un aire para que sus ramas las colaran por la ventana de nuestra habitación en la cuarta planta del albergue. Llegaron a posarse cuervos negros, tan cerca como para supervisar mi tempranero trabajo en la laptop, o tan lejos para supervisar la adecuada salida del sol y blandir sus amenazas a contraluz. Saltando van de rama en rama, pesadamente. Baten con sus alas algunas castañas tardías, de cáscaras erizas, todavía enganchadas a su sesión de acupuntura, no se dejan caer. Un cuervo tuerce el cuello 180 grados y apunta su afilado pico contra el cartílago agazapado detrás de mi sien. Vas a acordarte de este día? Vas a acordarte de todos los que te quedan? Vida útil, ahora recuerdo tan solo este pellizco.
-Noooooomm me acuerdo-