Niponcillos recién casados. Ella debería llamarse Tami. Él, Tadao quizás. Y ello, no tengo dudas, se llama Samsonite king size negro. No, no hacen un trío. Hacen un cuarteto polígamo con otra maleta Samsonite granate con las medidas de Tami.
Todos los bultos perfectamente desembarcados sobre una playa desierta, permanecen plantados sobre la arena de coral, desconcertados porque nadie ha venido a recibirles en este paraíso de lunas melosas. Nadie salvo una pacífica marea turquesa que se acerca tímidamente a olisquear los tobillos facturados desde el imperio del sol naciente. Pies y ruedecillas llevan ya rato hundidos bajo la arena. Tadao valiente toma una decisión. Deja al resto de consortes y se infiltra en el islote a resolver lo que sea. Ellas se quedan hundiéndose un poquito más bajo el peso de la tarde que va cayendo, lanzando sonrisas angustiadas y desamparadas al resto de pasajeros que una lancha taxi fueraborda viene repartiendo por los islotes del Mar de Andamán. Por ellas me refiero a las maletas. Las dos Samsonite. Porque Tami queda tan petrificada que hasta sus microexpresiones faciales hace rato han fraguado en otro depósito calcáreo más sobre la playa. Nuestro fiero barquero Moken arranca el motor sin noticias de Tadao.
Los Moken son una etnia de origen austronesio que integran a los denominados gitanos del mar. Nómadas del mar de Andamán, viven en sus barcas como pescadores recolectores por las islas de Malasia, Tailandia y Myanmar. No reconocen otra nación que los bordes de sus mares, ni otra religión que el respeto a la tradición oral de sus ancestros y el temor a sus espíritus malignos. Conocen esas aguas como ningún otro pueblo, y su adaptación al medio supera límites fisiológicos. Su córnea se ha desarrollado para otorgarles una visión submarina superior al común de los humanos. Su mirada, decididamente fiera, como preocupados, poca broma, y en permanente alerta. El régimen autoritario tailandés viene logrando aculturizarlos, integrándolos en las obediencias del nacional-sedentarismo practicado por la mayoría. Restringiendo o prohibiendo la pesca en sus mares convertidos en parques nacionales a destrozar por la implacable industria del turismo, repostería de lunas de miel incluida. En semejante escenario, el papel de los Moken macho ha quedado reducido al transporte marítimo de bultos clase turista para alojarlos en resorts de caras y culos lavados por Moken del género hembra.
A primera hora nos embarca el Moken expeditivo. Mostramos nuestro pasaje, emite dos etiquetas adhesivas para equipaje y, en lugar de pegarlas a las mochilas, las estampa en nuestra solapa, reprimiéndose incrustarlas en nuestra frente, agradecemos. No se anda con formalidades. Diferencia perfectamente el equipaje que se está quieto del movedizo. Memoriza dónde coloca nuestras mochilas sobre la lancha y marca los bultos que no sabrán estarse quietos. Y aunque supieran, como vas a leer, será imposible.
Trepidante: dícese de navegar demasiadas horas en una lancha demasiado pequeña para dos motores demasiado fueraborda pilotada por demasiado Moken demasiado al límite surcando demasiadas olas con demasiado pasaje exudando demasiado asombro ante demasiados megalitos geológicos alzándose demasiado verticales sobre el demasiado mar demasiado verde, demasiado Andamán. Domestican a los inquietos pasajeros a base de zarandeos inclementes. Ponen rumbo a toda caña, los motores Honda braman, con las olas de babor jugando al ping pong contras las de estribor y por pelota el casco de la lancha. Sentado sobre el banco lateral, sientes un martillo pilón machacando contra tus nalgas, una cama elástica bajo tus pies y en el respaldo un autómata adulador repartiendo palmaditas en la espalda. Una joven pareja de franceses zarandeados por esa trepidante batidora fueraborda levantan y balancean los brazos anegados de entusiasmo. Un niño, madre y abuela rusas sobrellevan un suplicio. El rusillo se vuelca en los brazos de su madre mientras la abuela extravía la mirada por el suelo de la lancha buscando el rincón de los vómitos. A mi lado una muchacha india no le quita ojo a una novela irresistible y nos tiene al resto atónitos por la proeza. Una ola de proa nos propina un guantazo que me lanza a su lado y aprovecho para echar un vistazo a tan hipnótica literatura movediza. Traduzco: "oh grosella de las activas decimonónicas en el ungüento. ¿Acaso un pardo, opera un tuerto, los tintes obnubilan plantígrados? Glándulas a mí!" Cuando trato de releerle el sentido, el párrafo ya no estaba ahí. Busco a Maribelia En Movimiento y encuentro varias vibrando en el mismo sitio, me recreo en sus bordes y sus curvas por triplicado hasta que sobreviene un presagio perturbador.
Al avanzar la tarde la marea acaba rendida. Todo el agar del Mar de Andaman parece concentrado bajo nuestra barca y tras un mediodía entero de cocción, a punto de coagular. La lancha no surca, se desliza veloz por una gelatina ámbar en perfecta trayectoria perpendicular con la línea de horizonte. En medio de tanta calma despierto a MenM, seguimos con el sueño y la vigilia cruzados. MenM, no puedes perderte tantos karst calcáreos esculpidos comprimiendo infinitos caparazones de otras eras para después elevarlos, erosionarlos y al fin exhibirlos esbeltos sobre este océano por la misma fuerza telúrica que una vez levantó el Himalaya. Para qué necesitan los Moken inventar dioses en el cielo o delirar cristos caminando sobre las aguas, ante tantos menhires mayestáticos flotando sobre su templo líquido, su país de mareas, su vida fluente.
Y ahí sigue la niponcilla, enclavada a su suerte conyugal. A tomar conciencia de la reducción de espacios precisamente en ese islote. Quizás a esas lunas las llaman de miel por lo pegajosas y la cría de larvas. Nos alejamos y Tami flanqueda por los pasmados Samsonites quedan pintando tres puntos sobre arena blanca, nuestra lancha enfila la isla de Koh Lipe. Quedo recordando mi visión perturbadora. Quizás no fue Maribelia en Movimiento la desdoblada. Quizás somos nosotros, toda esa gente que habita en el cuerpo de cada cual. Cuando exponemos nuestro cuerpo a semejante traqueteo y no logramos solapar nuestras versiones en idéntica silueta. No vibraba Maribelia en Movimiento sino el foco de mis visiones, o ya deliro. O esta modorra me vence.