RaileyDonde tú ves este vaso de agua clara con su refrescante rocío patinando vidrio abajo, yo percibo una sopa fría de bacterias, un vivero ártico de psicópatas protozoos, una orgía de virus replicantes en su gélido spa.

Huelo microrganismos coliformes enmascarados en su charca transparente, veo salmonellas licuando saliva, oigo voces y cantos de echerichia coli afilando uñas de diamante. Y los dos cubitos de hielo empeoran el diagnóstico de este brebaje criminal sobre el que me habían alertado las autoridades sanitarias de la cara aséptica de la Tierra. Solo beba agua embotellada. Vade retro agua de grifo, vade retro cubitos de hielo, que yo grabé en mi repertorio de dogmas inquebrantables de gitano itinerante.

Acaso cobardía? No es el asunto. No va de combate de fisiologías. Esta terraza con suelo de postes tejidos y carpa de palmeras suspendida sobre un manso Mar de Andamán no es un cuadrilátero. Este sillón de bambú donde ha caído despatarrada mi amenazada anatomía gastro intestinal mientras voy sudando la gota gorda, las regordotas, y las obesas mórbidas, no es mi rincón. Este refresco de gérmenes on the rocks servido por la recepcionista del resort en esta isla paradísica de Koh Mook, no es mi rival. Mi asunto es que le tengo pánico a desdecirme de mis sacrosantos prejuicios más que a la intoxación, a los retortijones de estómago, a la diarrea.
Dos mesas más atrás, el mánager del resort y la cocinera prosiguen su aletargada partida de cartas. Así los encontramos al llegar. Con las cuatro mochilas a cuestas quedamos plantados ante lo que parecía la mesa de recepción, indetectables para ese par de jugadores parsimonios escudriñado su mejor juego. Mirada interrogante a Maribelia En Movimiento. Sonrisa de paciencia.


Chop, chop. Rumor de chapoteo bajo los pies.
Ruído de pareja de nueves sobre la mesa.
Chop, chop.


Goteo de caucho supurando por la muesca oblicua talada en la corteza. Un diminuto cangrejo pelotero perfora su madriguera sobre la playa concedida por la bajamar. Molde con arena de coral para una estrella de mar que se deja enterrar en la humedad para no quedarse seca bajo el mediodía.


Sonido de dama de tréboles deslizada.


Por la concha de la madre! Es necesaria esta partida de póker? No podrían haber elegido juego más tribal, más autóctono? Huimos de los deslices ibicencos de Koh Lipe hasta la isla prometida de Koh Mook en busca de autenticidad étnica!. Pero qué le costaría a esta pintoresca pareja de indígenas jugar con cartas de fibra natural, fichas de nácar, dados de hueso? Madre mía! Barajas de póker en el paraíso!


Ya sé lo que estarás pensado. Indígena tú, pedazo turista primate! Pero vamos a ver. Condenar una etnia a perpetuarse con la tecnología de sus ancestros, no es el asunto. Si los ancestros de sus ancestros se hubieran aplicado semejante calamidad entonces seguirían subidos a los árboles espulgándose la espalda ricamente, tampoco es el asunto. El asunto es la heorica lucha por la supervivencia de una especie animal, en concreto, mis animales prejuicios derritiéndose bajo la insolación subtropical, y debo protegerlos como al lince ibérico, si hace falta soltando una fortuna para que no se extingan. Hubo una época, la que tengo enlazada en favoritos, que los valores más bestias, los principios más salvajes, duraban eras. Para cargárselos había que lanzarles un meteorito cósmico, por lo menos. Hace unos 2000 años, un ciudadano romano nacía viendo a sus mayores someter a esclavos, luego los sodomizaría él, y al final moría viendo a sus hijos perpetuar la abusiva costumbre. Entonces una década duraba siglos, y un siglo milenios. Usos y valores permanecían más estancos que la puta jugada de póker de este presunto recepcionista ante mis narices. En nuestros días, una época dura apenas una década. Por cada error de nuestros antepasados, nostros nos equivocaremos por diez cuando lleguemos a centenarios. Si por fin en este 2020 legalizan la esclavitud de facto perfeccionándose en los talleres tercerizados, cuarterizados, descuartizados por Inditex y Cía, en el 2030 la perseguirán, en el 2040 será deporte olímipico, el 2050 la discontinuarán por error fatal del sistema operativo, y en el 2060 la canción protesta Qué Noche la de aquellos Esclavos Felices apaleando Cyborgs, ganará Asiavisión, interpretada por un cincuentón bengalí hoy cumpliendo los doce en la cantera mientras cincela adoquines para la plaza de turno en Alemania o en...


Algo se mueve por la cortina. Una chica sonriente nos invita a tomar descanso y nos sirve los enfermizos vasos de agua que, tal como prejuzgaba -ya te lo dije!- me vienen intoxicando las neuronas antes del primer sorbo.