Arranco el motor y acelero. Al principio, cuando me estoy haciendo con el control de la motocicleta recién alquilada, parece que nos desplazamos inseguros respecto al suelo con pinta dura y dolorosa
Pero cuentan los físicos que la velocidad es relativa, y cuando al rato ya domino la aerodinámica del cacharrillo siento que el chasis, motorista y pasajera quedamos suspendidos en un túnel de viento por el que fluyen asfalto, vehículos, edificios, transeúntes de Chiang Mai. Flujo laminar de autos enfilados, el de motos enjambre turbulento. Por los cruces, flujo en embestida de cuatro manadas de autos de choque atacando desde todos los puntos cardinales sin que ninguno te roce. Flujo pegajoso de calor que a veces se atasca en el cuello y se acumula en la espalda. Con los cascos ajustados en su sitio, esto es el baúl bajo el asiento, fluye un aire amarillento por los pómulos, recorta las patillas y se desprende por detrás de las orejas. Fluye la indiferencia de los guardias de tráfico tailandeses incluso para otros tres pasajeros con la cabeza descascarada sobre la misma moto, más el nene delante jugando al comecocos de turno. Fluyen, se esquivan o chocan contra la frente diminutos meteoritos de carbón expelidos por otros tubos de escape y fluye un oxígeno gastado, reacio a dejarse respirar. Fluye la mañana hacia su hora punta. Fluye Maribelia en Movimiento. Acaso fluyo.
El tráfico, sumido en un desconcierto de bocinas compulsivas, se ralentiza. Trato de infiltrarme entre las filas de autos finalmente atascados en punto muerto, pero me encuentro con una argamasa de otras tantas motos con la misma idea fraguando hasta quedarse paralizadas. Suspendo la moto de su trapecio, me apeo. Miro hacia el origen del atasco y a unos 100 metros se expande lentamente una niebla amarillo extraño, que al rato se anuncia ante mis narices con el hedor del oxígeno escaso. Camino hacia el foco de esa nube tóxica esquivando vehículos mientras Maribelia en Movimiento queda al resguardo de la moto con el motor encendido. Cuesta respirar. Avanzo por el aire cada vez más denso y asfixiante, mezcla de sulfuro y ceniza. Alcanzo el núcleo del atasco. Un amarillo intenso penetra y difumina las siluetas de los árboles, humea en metálico por los bordes de los coches, desgasta el cemento. El asfalto envejece color sepia y esa mezcla de polvo, humo y borrones visuales extinguen el cielo. Hay gente revoloteando por el cruce de las calles. Me acerco y me quedo sin respirar. Los transeúntes no saben transitar, trazan círculos erráticos. Un hombre sentado en el borde de la acera con las manos en la cabeza tampoco sabe llorar, intercalando explosiones desconsoladas con muecas de curiosidad. Un guardia de tráfico sopla y estalla guantes de látex y los enfermeros se pelean con el ruido del silbato. Tiro una foto para que te lo creas, pero el periodo de exposición no sabe terminar cuando el tiempo ha olvidado fluir. A esa hora el segundero apenas vibra sobre el mismo instante y los decibelios de la ciudad avanzan y rebobinan intermitentes. Inhalo un gas yermo y descubro el porqué de la catástrofe. Ha caído el mediodía entero sobre un cruce de Chang Mai y yace concentrado sobre el asfalto en un charco azul incandescente, bordes espectrales negros en conflicto con el entorno resecándose. Aboco mi vista al charco y burbujea relieves de vida y de muerte. Por el centro de una ola circular sobresale la cabeza de una iguana engullida por un molde en negativo de una bestia submarina. Veo emerger el parto de una primate cuyo hijo muerto se lleva entre brazos un hombre grabado con trazos de hueso. Germina un abrazo líquido entre un niño y un árbol inmenso que por su bajorrelieve se precipita pulverizado. Brota un bosque húmedo y de inmediato se sumerge ardiendo. Sucede una fuente y sumidero de arrecifes de coral. Las erupciones azuladas se aceleran, brotan y se disipan fugaces y al final, cuando alcanzan el instante imperceptible, veo todas las escenas de vida y de muerte enrasadas en relieves irrelevantes.
Desmiente Maribelia en Movimiento todas estas visiones. Carles, en ningún momento te has alejado de la moto. El atasco comienza a fluir de nuevo. Al pasar por el cruce veo por el rabillo del ojo a unos operarios limpiando los restos de un accidente. Hay una masa roja y sucia en el asfalto, mezcla de sangre, carbón y gasolina, desactivadas con arena. Nos vamos alejando del núcleo urbano y tomamos la carretera que trepa enroscada por la montaña Doi Suthep. A medida que ascendemos el aire se enfría y despeja la mente. La moto se balancea enlazando curva tras otra siempre a través de una diversa y exuberante arboleda, hasta alcanzar el mirador. Nos detenemos. Chang Mai se desparrama al pie de la montaña. Sobre los tejados, flota una espesa atmósfera contaminada de amarillo disipándose sobre un fondo celeste. Nos bajamos de la moto. Acordamos un tácito silencio. Apago el motor.