274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nGoogle nos chivó que a trescientos metros un restaurante vegano de cinco estrellas nos esperaba. Atravesamos un pasillo de medio metro de ancho sorteando a vietnamitas que lavaban los cacharros en el suelo y al final una señal nos guió hacia unas ruinosas escaleras que subimos hasta el primer piso.

Unas nueve mesas se distribuían por el que podría ser el salón de una casa. En un rincón una cocina abierta con tres vietnamitas que trajinaban con las cacerolas en un aparente baile sin sonido.
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Ordenamos setas para Carles y gambas para mi. Una vietnamita con guantes y una canasta de limas vino con un bowl de chili y exprimió las limas dentro. Después trajo uno grande con brotes de soja y una variedad de hierbas, otro de arroz, otro más de tofu con tomate y ajo y un último de sopa verde. El vietnamita jefe se acercó a la mesa y tomó los palillos, cogió hierbas y brotes, los embadurnó de chili y los puso en un bowl pequeño. Igual hizo con el tofu y el arroz. Cargó los palillos, me indicó que abriera la boca e introdujo la carga en el interior. Una explosión de sabores lo invadió todo. A los diez minutos llegaron las setas y las gambas para unirse a este festín vegano.
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En una conversación ajena un joven occidental aconsejaba no ir a cierto restaurante porque tenían encerrados en jaulas varios perros, y era algo desagradable de presenciar. Lloro solo de pensarlo, dijo una joven acto seguido. Como pueden comer carne de perro y de gato si forman parte de la familia?, apuntó un iluminado. Las mascotas no se comen, añadió otro joven. Me gustaría pensar que las lágrimas derramadas por esa joven occidental sean también por las gallinas, vacas, cerdos y demás animales que viven enjaulados en su país y que aún no siendo mascotas oficiales se sienten como de la familia. Un último joven apunta, es la domesticación lo que los diferencia. Y es cuando eclosiono para maldecir la delirante conversación a la par que agradecer el despertar de mi conciencia.