Mama Vu Vi nos esperaba antes de la hora citada. Nos abrazamos como dos viejas amigas en mitad de la plaza del pueblo. Su risa esplendorosa aderezó todas las conversaciones.
Camino fácil o camino naturaleza?, preguntó en un cruce. Con guiño de regalo sus botas de agua moradas comenzaron el trekking hacia los arrozales eligiendo siempre el sendero más salvaje y menos transitado.
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Mama Vu Vi nos llevó a su recién estrenada casa y orgullosa nos presentó a su familia y vecinos. Saludó a su marido y rió con sus dos hijas antes de ir al market a comprar los ingredientes para la cena. Brindamos a ritmo de arriba, abajo, al centro y pa’dentro con un licor de arroz casero que no pude tragar. Disfrutamos del silencio bajo las estrellas y dormimos inmovilizados por dos mantas rojas. Los pancakes con fruta y chocolate del breakfast los preparó la hija mayor mientras su padre lanzaba la mirada a la montaña de enfrente.
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A la mañana siguiente Mama Vu Vi se calzó unos tenis, la chaqueta con faldón, se cruzó el bolso y anudó la pañoleta colorida sobre su cabeza. Nos guió hacia un bosque de bamboo que depuró nuestras almas. Ninguna foto pudo captar los infinitos matices de verdor desplegados entre el cielo y la tierra. Cruzamos varios ríos y un puente de gelatina. Después del lunch nos montamos en una moto cada uno para ir de vuelta a la ciudad.
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A los diez minutos mi moto pinchó y el driver me dejó en la cuneta con la mochila. Volverá? Lo reconoceré? No tengo wifi! Qué puedo hacer? Estuve jugando con los pensamientos hasta que vi acercarse una vietnamita muy joven cargando a un bebé a la espalda bajo un gran paraguas. Por el arcén derecho caminaban pacíficamente cuatro enormes búfalos de agua. Ella los guiaba con una caña de bambú desde el lado opuesto. Nuestras miradas se conectaron y recogí su mensaje, ‘Confía, todo va a salir bien’. Mientras ella seguía adelante, una moto se detuvo y pude abrazarme a la sonrisa de Carles.