274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nDos horas antes del cierre cruzamos el torno que daba acceso a una de las mejores vistas de todo el país. Atravesamos un corredor repleto de cientos de coloridos farolillos y antes de iniciar la subida de los cuatrocientos ochenta y seis escalones alcanzamos a ver la cima del mirador custodiada por un enorme dragón enclavado entre las rocas.

El run run de la maquinaria mental marchaba en automático y bien cargada de munición. El aliento del dragón se recibía con extrema potencia y la ropa pegada a la piel filtraba las toneladas de gotas de sudor que el cuerpo iba transpirando. Los pasos se tornaron pesados, la respiración se endureció y el pecho se fue cerrando a consecuencia de la carga inconsciente que acarreaba. Todo ardía, por dentro y por fuera.
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Paré a echar un trago de agua de la cantimplora y mi intuición me guió hacia una cueva donde encontré un pequeño altar con ofrendas sobre una piedra en forma de sirena y una señora vietnamita en cuclillas. En silencio descansé unos minutos y al darme la vuelta para continuar el ascenso escuché un Hello!!! en forma de nombre. La mujer se levantó y quitándose el sombrero se dirigió hacia mi. Con cierta soltura lo colocó en mi cabeza y pasó la cinta por la garganta a la vez que tomaba mi mano izquierda entre sus manos. Nón Lá, dijo mientras con la cabeza me invitaba a salir de la cueva. Reemprendí el camino sin prestar demasiada atención a lo que acababa de ocurrir.
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Al reanudarlo comencé a sentir a través de la planta de los pies la textura de las piedras que conformaban la subida y pude elegir cantos rodados que suavizaron el ascenso. Una libélula vino a saludar y al levantar la mirada descubrí a una rapaz vietnamita surcando el cielo en su vuelo majestuoso. La seguí con la mirada hasta el estanque de flores de loto donde miles de ellas esperan florecer. Encontré una flor blanca con ocho pétalos que se abrió prematuramente y me embriagué de su aroma ardiente y frutal. A lo lejos el sonido de un chapoteo en el agua me atrapó y pude ver cómo una carpa naranja saltaba de forma discontinua. Tras una abrupta y empinada última subida logré coronar la cima donde reposaba el dragón. Allí tomé consciencia del sombrero que la vietnamita me colocó y entendí de su poder para silenciar el murmullo de los pensamientos y replegar los sentidos hacia dentro consiguiendo una indescriptible visión a presente. El dragón lanzó su particular dracarys y yo escudada bajo el sombrero vietnamita me mantuve imperturbable.