El rey sol azotaba cada centímetro de la piel al descubierto con una carga explosiva de vitamina B. Las flip-flop se hundían en la arena ardiente y cada paso requería un esfuerzo extra de valentía. Casi se funde la motivación para seguir caminando.
Cuarenta y cinco minutos después dejo huella en la arena húmeda y los dedos de mis pies celebran con alegria. La brisa del mar arabico disipa cualquier marca que los rayos de sol hayan podido tatuar en mi piel. Se viene el descanso.
Aparece un barco de pescadores acercándose a la playa y se baja una pareja que, aferrados a su cajetilla de cigarros, enturbian el ambiente con bocanadas de humo occidental. El pescador grita algo ininteligible que traduzco como Help, Help me y en un arranque de solidaridad me dejo ir. La tarea a realizar es desencallar al barco que quedó varado en la arena. Con la misma diligencia, el pescador saca a un surfista del agua y lo añade al grupo. Al igual que a una pareja de jubilados franceses que con una sonrisa tímida se aferran al trozo de barca que les ha tocado.
Siete personas y un barco encallado.
Hipnotizados por los cánticos del timonel repartimos fuerza y sincronizamos respiraciones. Todos a una. Inhalamos Exhalamos. Alargamos. One more. Todos volvimos a casa sonrientes.