La lista de música de Bath embrujaba nuestros sentidos mientras hacíamos kilómetros por puertos de montaña ya conocidos. La oscuridad reinante en el lugar ocultaba el desfiladero por el que rodábamos mostrando las siluetas de las paredes de roca caliza.
Ajenos al claxon de camioneros acelerados nos deslizábamos sigilosamente por la carretera sopesando en silencio la decisión tomada horas atrás. Un café y un roiboos. Una llamada de teléfono. Una valentía. Una puesta en marcha.
Esa noche dormimos en la ladera de un castillo iluminado por un esplendoroso cielo estrellado. Allí me encontré con Georgina quien felizmente pudo estrenar su telescopio de San Nicolàs y encontrar las constelaciones aprendidas. Sin indicios de luces intermitentes de alarma pudimos descansar en la quietud de saberse estar en el camino elegido. Una estrella fugaz vino al despertar y borró de un tirón las ojeras de la inquietud.
La niebla se deslizaba por los bajos de la floki ofreciendo una visión fantasmagórica del momento. La sensación de estar fluyendo con ella fue tan real que incluso hubo momentos donde sentimos que nos elevábamos del asfalto. Fue cuando entendimos y tomamos consciencia de sus debilidades y necesidades. A modo de agradecimiento después de estos quince mil quilómetros optamos por dar a la floki un tiempo de descanso.
Recién comienza la temporada de cerrar y abrir, de despedir y dar la bienvenida, de agradecer y continuar, de soltar y abrir nuevos espacios, de rodar de sur a norte y de este a oeste, allí donde todo empezó. De llevar uno de nuestros sueños a su realización. Los nuevos comienzos están por llegar. We’re ready