274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nDurante los veintisiete días en Laos hemos vivido en el aliento de un dragón, transpirado salvajemente y apagado el fuego interno a golpe de su big beer Lao.

Aquí los bosques arden a consciencia premeditada, el cielo y las nubes se ocultan tras un manto de humo y las cenizas se mecen en el aire tal cual hoja perenne de un bosque en otoño. Es fácil escuchar como el bambú crepita de angustia mientas el fuego lo devora. El norte del país se convierte en una descomunal chimenea. La temporada seca la llaman.
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A la orilla del mekong me senté y bañé. Paseé en bicicleta. Hicimos un loop de tres dias en moto. Un pasaporte se extravió durante dos largas horas. Me vino un lumbago. Comimos bocadillos de pan tostado recién hecho. Celebramos el año nuevo budista descendiendo un río en un neumático. Comí bolas de coco y granola casera. Perdí la serie completa y sirsasana B. La tobillera tierra se quedó en el camino. Alquilamos una moto eléctrica. Compré dos flejes. Aprendimos sobre la guerra secreta. Nos requisaron el antimosquito. Recibí la bendición de un monje joven. Un tuktuk nos dejó tirados a mitad de camino, el aire acondicionado de un bus se estropeó y viajamos en una sauna rodante, el motor de una furgo se quemó y una barca nos llevó a la deriva hasta chocar con una roca. Bebimos sesenta y siete litros de agua. Durante tres días y medio descansamos en una hamaca. Casi lloro cuando en una ocasión nos dieron vasos congelados para la beer. Hicimos un trekking en la jungla y convivimos con una etnia.
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En los cuatro últimos días una lluvia torrencial nos despertó al amanecer. Por unos treinta minutos se limpió el ambiente y emergió el azul del cielo y las nubes blancas, se apagaron los fuegos y se calmaron los bosques. Esa lluvia, que limpia y purifica, se mezcló con las lágrimas derramadas por la rabia, la frustración, la impotencia y la vergüenza de ser testigo del maltrato hacia este pueblo y la naturaleza. La temporada de lluvias está por llegar.