En la orilla del lago desplegué la mat por última vez en el outside australiano. Desayuné escuchando sueños con final de novela y alegremente nos despedimos del océano y de los majestuosos seres que lo habitan.
Agradecimos a los koalas y a los canguros su grata presencia en este road trip. El último spring de la whale nos llevó al punto de partida después de noventa días y catorce mil trescientos once kilómetros.
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Atrás quedaron dos sandalias del pie izquierdo, los huevos, el pantalón hindú, dos millones de moscas, la camiseta ahimsa, el tierno abrazo de paprika, la ilegalidad de cruzar el desierto, una docena de planes sin abrir, el torrente de lágrimas sobre la tierra roja, una castaña del Gandhi, el firmamento repleto de estrellas, un rosario de ‘no puedo’ y un par de miedos de usar y tirar.
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Se viene un cuaderno repleto de huellas para alimentar los olvidos. Una práctica amable y respetuosa al momento. El amor devocional al rainforest. Los abrazos a sus arboles. Un libro sobre cultura aborigen. Algunas nubes de proyectos para el próximo año. Un par de sandalias barefoot. Un billete de avión a un lugar inesperado. Un repaso de consciencia a mi casi media vida. La calma del después.
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En Australia hicimos surco y batimos récord de discusiones sobre cuatro ruedas. El road trip se acabó sintiendo largo y aburrido en su tramo final. Nos salvó el poder de la naturaleza salvaje que despertó la conexión con nuestra esencia y libres de ego conseguimos sostener compasivamente las emociones. En esta novena despedida, la tristeza fue renovada por la algarabia de dos corazones llenándose en sintonía.