Como cada mañana despierto antes del amanecer. Me acicalo y dejo libres las rastas canosas que normalmente sujeto con una cinta en esta ya longeva cabellera.
Me enraiza sentir el tacto del cabello sobre mi piel. Tras varios días atrapado em una nube densa de pensamientos consigo olvidarme de ella y centrarme en otras cosas.
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Observo a un joven francés cargar con una mochila de veinte kilos a su espalda. Camina con soltura sobre la pasarela de madera. A su lado una joven alemana sonríe intensamente y quedo prendado del brillo de sus ojos. Ellos intuyen mi presencia aunque no consiguen verme. Sentados en el borde del lago preparan un café y un porridge que deleitan en silencio.
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Veinte minutos después dos españoles aparecen por el sendero ensimismados en una conversación. Al llegar a mi terreno sueltan las palabras, la mochila y se sientan cerca de la pareja. Apenas puedo escuchar lo que dicen aunque sus cuerpos danzan al unísono y me es fácil seguir la conversación. Comparten sonrisas, frutos secos, experiencias y un brillo en los ojos bastante inusual.
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Intuyo la despedida y antes de iniciar senderos diferentes se funden en un abrazo largo, profundo y conmovedor. En ese instante salta una chispa que provoca que la nube blanca que cubre mi cumbre se disipe quedando totalmente al descubierto ante ellos. Es el joven francés quien nos presenta, Mount Taranaki, el volcán más simétrico del mundo, acá una pequeña representación del continente europeo extasiados al verte.