La serie documental ‘Pacífico’ nos acercó la Polinesia y tras buscar en el mapa Samoa la encontramos en mitad del océano Pacífico.

Con el atrevimiento australiano compramos el billete y casi lo cambiamos a última hora en Nueva Zelanda. Dos islas grandes y dos pequeñas, un ferry, una barca y una moto con dos mochilas. Acá llegamos a seguir los pasos de R.L Stevenson, el escritor de la isla del tesoro.
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Los samoanos nos saludan con efusividad, sonríen en abundancia y adoran las siestas a cualquier hora. Hay pocas puertas con cerraduras y los fales son los resort más naturales. La fast food se acopló fácilmente en su cocina y viven felices con algunos kilos de más. Una flor en la oreja para la mujer, trece secciones de tatuajes para el hombre y un lavalava, el pareo anudado a la cintura para ambos.
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Cuando el padre de Valentina nos enseñó el fale quise quedarme a vivir. En el tsunami del dos mil nueve lo perdieron todo y han conseguido resurgir. Valentina vive en la capital durante el curso escolar y en vacaciones vuelve a casa para ayudar en el negocio. El colegio me gusta pero soy inmensamente feliz aquí, junto a mi familia, me cuenta emocionada después de la cena vegana que nos preparó con entusiasmo.
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Los domingos es el día de descanso. La familia se viste de blanco y acuden juntos a su iglesia. Después del desayuno escuchamos los cánticos de los feligreses y nos asomamos por la ventana de la Iglesia. Una señora con sombrero blanco y un bebé de pocos meses nos invitó a entrar. Esta es mi comunidad, mi familia, Talofa, nos dijo a modo de bienvenida mientras compartía el aire de su abanico con nosotros.