Una tormenta tropical se instaló sobre la isla de Savaii y la última noche dormimos bajo un manto de truenos y relámpagos que se filtraban en el fale alumbrando nuestros sueños.

En el ferry de vuelta a Upolu navegamos por un océano que embestía con fuerza y mareaba mas rápido. La nube negra se refugió en la mochila y la lluvia nos acompañó durante todo el día.
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Buscamos refugio en un fale donde convivían varias generaciones de personas, cerdos, gatos, perros y gallinas, en un continuo movimiento. El propietario, un jugador de rugby profesional nos contó que hace unos años tuvo una lesión de ligamentos y ahora cojea severamente de la pierna izquierda. Igual que el pollo medio desplumado que camina a la pata coja rodeado de sus polluelos.
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Al día siguiente cruzamos la isla de este a oeste y el trayecto nos descubrió un rainforest envuelto en una neblina que le daba un aire de salvaje misterio. Encontramos un café vegano donde la estrella fue el lemon ginger turmeric. Paseamos por los jardines de la casa de R.L Stevenson y entendimos el motivo de su mudanza con toda la familia a la isla. El aire puro, la autenticidad de la naturaleza,
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Samoa se ha sentido como un detox tras días de empacho emocional. Corto, aunque muy liberador. Con mucho do nothing y snorkeling. A ritmo slow y atardeceres épicos. Con siestas vespertinas y sadhanas sudorosas. Se viene un metro de tela samoana y un recordatorio en la postal enviada al campo base ‘Soltar la mejor versión de mi misma para vivir en calma y alcanzar la plenitud’.