274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nEl rugir de la royal enfield despierta el sentimiento de libertad adormilado hace semanas.

Me abrazo a la cintura de Carles, apoyo la barbilla en su hombro y así me dejo llevar entre palmeras, campos de maíz, árboles sagrados de raíces descubiertas, camiones cargados de paja, arrozales, carros tirados por búfalos y un enjambre de vacas, búfalos, gallos, cabras, perros, gallinas, gatos, monos y alguna que otra rapaz. El ambiente se vuelve vibrante, desaparecen los cláxones y el caos circulatorio se descongestiona. Como si hubiéramos cruzado un umbral rodamos por el asfalto indio con una sensación de dicha simultánea.
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En uno de los ciento ocho templos de la zona una familia nos toma de rehén para realizar un reportaje fotográfico. Sois nuestros invitados, que alegria que os guste India, dijo el joven entusiasta mientras hacía click treinta y siete veces con el móvil. De camino al almuerzo nos encontramos con la celebración de Rama y nos explican que este lugar fue su casa durante catorce años. Tras un obligado lavado de manos sirvieron el rudimentario thali sobre la hoja de banano. Siete cucharadas de diferentes platos vegetarianos, arroz blanco, algo dulce y una chapata por ochenta y ocho céntimos. Una familia de cinco generaciones de mujeres se acerca al lago sagrado donde descansamos a la fresca y gritan de júbilo al realizar su ofrenda. Una siesta más y volvemos a rugir por las carreteras más rurales de la zona.
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La creatividad burbujea desde hace días y los proyectos estancados se alumbran bajo la luz de esta luna llena. En estas semanas se han derrumbado decenas de prejuicios sobre el entorno, se han desintegrado cientos de pensamientos perturbadores y se ha desatascado el mecanismo de apertura del centro del pecho. Sentada sobre la losa refrescante del templo más antiguo siento como el alma se regocija al reconocerse y la consciencia se vuelve clarividente dejándose fluir con el rugir de la Royal enfield por los caminos de la India más auténtica.