274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nAlgo más decadente que hace cuatro años, Pushkar nos dio la bienvenida con un majestuoso atardecer en su lago sagrado. Las rastas, los multi piercings y los wild tattos conviven con vacas, monos, los saris rojos de ellas y los turbantes multicolor de ellos, todos en una caótica armonía.

En esta ciudad sagrada nacida de un pétalo de flor de loto se erige el templo de Brahma, el creador del universo. Allí se le ofrendan flores rojas, bindis, dinero y bolitas de anís. A la subida al templo un viejo sadhu se acercó y nos dijo, no le pidáis nada a Brahma, él solo crea cosas.
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Aprovechamos para aligerar mochilas y los kilos sobrantes los enviamos al campo base junto con alfombras, ropa, libros, libretas, thalis, pañuelos y algún que otro regalo. Un señor indio colocó en mi tobillo una pulsera plateada. Los cascabeles mantendrán lejos de ti a los animales y los dioses sabrán dónde encontrarte al escuchar las campanillas, me dijo mientras ajustaba el cierre. Después nos invitaron a una boda y comimos palomitas mientras los familiares de los novios bailaban al más puro estilo Bollywood.
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Al caer la noche llegó la lluvia que anegó las calles, empapó las mercancías y cerró el mercado. Caminar por la ciudad se volvió inviable ya que el agua arrastraba la suciedad que encontraba en los callejones. De vuelta a casa se produjo un apagón de luz y mi pie derecho quedó sumergido en un agujero negro. Conseguí hacer sonar las campanillas de mi tobillera y Brahma vino al rescate para enjuagar las lágrimas derramadas. Al día siguiente la mierda de vacas, perros y monos se diluía en el suelo junto a las flores rojas y amarillas de la boda y el mercado abría de nuevo sus puertas.