274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nEn el tren camino a Gwalior una joven india, sentada en la litera de arriba, garabateaba las páginas en blanco de un cuardeno. Llevaba incrustado hasta las orejas un gorro de lana gris con una enorme borla y unos calcetines a juego.

A veces esbozaba una tímida sonrisa al escribir y otras, lanzaba la mirada al frente. Desde mi litera soñé con su escritura y no quise despertar sin conocer su historia pero el silbato del tren anunció el final de mi trayecto.
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Las calles de esta ciudad se mostraron recién salidas de una batalla campal, los escombros cubrían las aceras y las excavadoras removían la tierra de izquierda a derecha. El hotel con alfombra roja nos ofreció toallas exfoliantes con agujeros y vistas a uno de los vertederos de la ciudad. En la lavandería nos perfumaron y plancharon la ropa colocando papel de periódico en su interior.
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Mientras buscábamos un lugar para almorzar se acercaron dos chicos de siete u ocho años a pedir dinero. Se llevaban la mano a la boca indicando que lo querían para comer. Los invité a seguirme hasta el puesto de comida más cercano. Pedir lo que queráis, yo pago. Uno de ellos se negó a tomar el panipuri que el señor indio le preparó con entusiasmo y el segundo, al recibirlo se apartó unos metros, lo mordisqueó y lanzó el resto a la acera. Mientras permanecía impertérrita ante la situación apareció una vaca que comió el fresco panipuri que se cruzó en su camino.
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En la puerta de una popular pastelería una familia de cuatro saboreaban los manjares adquiridos en la tienda. El padre sostenía una caja con un surtido de dulces y la madre varias chocolatinas dentro de una bolsa. Tras finalizar su encomienda, ambos progenitores arrojaron lo sobrante al suelo y el hijo más pequeño tiro el envase del zumo y los envoltorios de las chocolatinas. Se marcharon con el estómago lleno y la conciencia impoluta. Mientras permanecía impertérrita ante la situación se acercó una vaca a rematar los restos de dulces que quedaron en la caja de cartón.