Rápido y veloz el conductor del rickshaw cruzó la ciudad de Jorhat hasta llegar al embarcadero cinco minutos antes que el ferry cruzara el sagrado río Brahmaputra.
Mientras abonaba 60 rupias por los dos tickets, en la otra ventanilla un señor pagaba 90 por su ticket, el del cerdo y el de la cabra que viajaban con el. Más de cien personas en la parte de abajo y tres coches y cincuenta y pico motos en la parte de arriba. Nos pilló por sorpresa el sunset y jugamos al pilla pilla con él consiguiendo que los niños sonrieran y dejaran de mirarnos con extrañeza.
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Nos refugiamos unos días en la isla fluvial de Majuli donde los cláxones estaban de vacaciones, las bicicletas ocupaban los caminos y los despertares se regaban con el trino de los pájaros. En uno de los satras, los monasterios donde los fieles veneran a Vishnu conocimos a un pequeño monje de ocho o nueve años que sonreía emocionado porque acompañaba a su maestro a la gran cIudad. Nos contó que hace unos cuarenta años un vecino desolado por la deforestación del lugar decidió plantar árboles en la isla y a día doy la vida silvestre florece en el bosque de Molay.
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Tras quince minutos en la carretera nos recogió un bus con dos asientos libres dirección al safari en el Kaziranga National Park. Un señor se ofreció de driver a un precio imbatible y a diez minutos de cerrar la puerta de entrada saltamos de alegría en su destartalado jeep que ya rodaba entre plantaciones de te y árboles enredados en pimienta. Paramos un par de ocasiones para dejar cruzar a los elefantes y los buitres reposando en los árboles de algodón rojo nos cautivaron. En el camino de regreso apareció la estrella del parque, el rinoceronte de un solo cuerno, que trajo el silencio y la dicha de reconocernos mutuamente junto a la madre naturaleza.