Nos conocimos en Inverness hace unos seis o siete años en el roadtrip con la rocky por las altas tierras de Escocia. El amor a primera vista no fue recíproco aunque con el paso de los años y las aventuras compartidas nos encariñamos.

Juntas alcanzamos las cimas más altas de Gran Bretaña y fortalecimos la relación en Thailandia e India hace cuatro años. Tras el albergue retomamos la amistad y hace dieciséis meses que caminamos juntas sin resentimiento por este around the world.
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En Nueva Zelanda, el frío y la lluvia amenazaron la relación y comenzó un deterioro fulminante. La terapia de choque aplicada pudo sostener durante unos meses la crónica de una pérdida anunciada. La necesidad de cambio surgía en cada trekking y desaparecía al sunset. En India hubo un amago de reemplazo sin resultado exitoso. En Nepal, frente a la puerta de entrada a la cordillera más alta del mundo me dijeron, hasta aquí nuestro camino, y nos despedimos sin drama alguno.
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El bus turístico nos dejó en un pueblo bullicioso y polvoriento donde un bus local nos llevó a un oasis en mitad de aquel paraje en construcción. Bandipur nos recibió con una calle principal empedrada y una enorme buganvilla rosa en el centro. Al día siguiente hicimos un trek a una aldea cercana de la cual regresé con cinco ampollas que me provocaron una explosión de morriña y llanto. Desesperada y algo temerosa traté de regresar al pasado para recuperar mis raídas zapatillas. Cuida tus heridas y confía en tus zapatillas nepalís, con ellas alcanzarás la cima, fue el mensaje que frenó mi partida.