El ser infieles a la cocina de la homestay nos regaló el encuentro con el relevo de este around the world. Ante la perplejidad del resto de trekkers nos abrazamos con efusividad y compartimos unas French fries.
Le pasamos el testigo de este viaje a un par de mujeres jóvenes que irradian esperanza e inspiración con la promesa de ‘Ojalá otro reencuentro’. Al día siguiente cruzamos un glaciar, cuatro cascadas, varios puentes quebradizos, almorzamos sopa de ajo con noodles y patatas, y dormimos con toda la ropa.
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En la subida la altitud aminoró los pasos, el silencio conquistó el presente y la respiración marcó el ritmo pausado y equilibrado del caminar. Los paisajes se pintaron de blanco y los ojos se protegieron tras las lentes polarizadas. Al llegar desaté de la mochila el mantra del amor universal y lo anudé a cuatro mil doscientos metros de altitud agradeciendo su poder para pacificar el enfado, el orgullo, la ignorancia y la frustración. Celebramos con un bowl de palomitas, brindamos con un hot lemon ginger y nos abrazamos a la quietud que envolvía al campo base del Annapurna.
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Al amanecer los rayos de sol iluminaron los majestuosos Annapurnas y las lágrimas brotaron de alegría. Pellizqué mi brazo izquierdo para confirmar la veracidad del momento y bailamos sobre la nieve. La bajada se tornó contradictoria y las escaleras se volvieron en contra hasta alcanzar el desvío de Jhinu. El último puente colgante con sus doscientos ochenta metros tambaleó la estabilidad del final aunque lo esquivamos con un poderoso sankalpa. Un incendio nos recibió en Pokhara. Eso no está bien, dijo el joven indio sentado a mi lado en el jeep. Destruimos la madre tierra y no somos conscientes. Guardé sus palabras esperanzadoras en la mochila tras darnos un abrazo.