Las barefoot australianas se desplazaban airosamente por el terreno de grava de la vía verde. En un par de ocasiones temieron por su vida tras reencontrarse con unas Dr. Martens de plataforma y alguna que otra Vans y new balance.
Los vaqueros ceñidos inundaban el lugar junto a camisetas musicales desgastadas. Amigas forever, lucia la más pequeña de todas. Se les olvidó montar un toilette y el campo se cubrió de blanco y las flores se marchitaron. Caía la noche cuando el cura cerró la puerta de la iglesia tras despedir la última comunión y un canguro apareció en mitad de la plaza para llevarme de vuelta a casa.
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La floki rodó por los acantilados con vistas al mediterráneo felizmente. Un joven americano nos invitó a té en su porche en forma de espiral frente al mar. El viento soplaba con fuerza y nos refugiamos junto a una piscina natural de agua congelada donde lanzamos la mirada al mediterráneo soñando con un estado del ser mas en consonancia. En la cochera se celebró un evento privado, un baile estático, dijo la camarera. Nos sentamos en uno de los bancos mas grandes del mundo y apareció una cacatúa con cresta verde que me regresó a casa con su gañido sonoro.
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Me atreví a preguntar al oráculo y una paloma blanca depositó el huevo de la paz en mi regazo con un mensaje, la aceptación radical. Confié en la narrativa y brindé con una exquisita ipa por seguir libre de ataduras. Me abracé con cariño a los años de ausencia y a los recuerdos que florecieron mientras almorzaba un aloo gobi poco especiado y un chapati frío que sumergieron mi nostalgia en un mar de calma. Unos boquerones aparecieron a última hora para recordarme que siga celebrando. La vida se nutre de los sueños, acerté a escuchar antes de ser engullido por el ansia del comensal de al lado.