274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nLa cazadora vaquera rescatada desprendía ese olor particular del campo base, una sufrida penitencia por los dieciséis meses de encierro en el armario.

Caminando por Paris, me abracé a su confort ante las nubes amenazantes que descargaban continuamente una fina llovizna. Al llegar el atardecer los paraguas se cerraban y el cielo se abría para confirmar el título de ciudad de la luz. Un rayo iluminó el arco del triunfo y otro alumbró al obelisco de la concordia. Estiré los brazos en los campos elíseos y por un instante acaricié el anhelado camino del medio.
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Un metro al descubierto nos obsequió con la primera visión de la Torre Eiffel. Una espesa neblina la secuestró durante el resto del día y nos refugiamos en la plaza de los artistas donde las tours acampaban en los diminutos cafés rompiendo el silencio del pintor con sus infinitos clics. Mi madre regresó del toilette sorprendida con el lavabo de oro mientras mi padre observaba con cautela la ropa interior que colgaba sobre nuestras cabezas en el restaurante. Echamos en falta las aspas del Moulin Rouge, que tras ciento treinta y cinco años de reinado indiscutible en el barrio se vinieron abajo.
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Mientras nos dirigíamos a la entrada del Palacio de Versalles se desató una tormenta de rayos, truenos, viento y granizo que nos caló en un minuto sin opción a resguardo alguno. Un grupo de escolares gritaban de miedo y saltaban de alegría en el agua que bajaba por el pavimento empedrado. Quise meterme en el secador de manos y acabé estrujando los calcetines en los jardines. En Casa San Pablo nos sorprendió una bengala y brindamos por los cincuenta años de amor y, por la salud. Ellos son el espejo donde desempolvar las raíces.