274180862 10160518798596318 3554556718334393128 nUn olor a rancio y un par de pequeñas moscas revoloteando atraen mi atención hacia la despensa. Encuentro un par de plátanos solicitando auxilio y cumplo su deseo.

Los mezclo con bebida de soja, aove, harinas y nueces, muchas nueces. Enciendo el horno y espero treinta minutos. Ahora desayuno un esponjoso banana bread libre de azúcar aunque mi estómago se amotina a cada bocado. La suave fragancia de la camomila calma la desazón intestinal y cruzo dedos para que también aplaque el desequilibrio hormonal que tiene en jaque a mi cuerpo.
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En Camiguin, la isla de Filipinas casa del volcán Hibok-Hibok, descubrimos un restaurante plant based que nos robó el corazón con su sabor y su peculiar chef. En su honor compré girgolas en el mercado, las rebocé con doble capa mientras lanzaba la mirada al océano de experiencias filipinas. Almorzamos un buen plato de recuerdos aderezados con extra de salsa nostálgica. La arena blanca y el agua cristalina de sus playas, las tortugas, el tiburón ballena, la sonrisa de la gente… A la tarde rescaté un libro de recetas que me envió una peregrina por correo. La biblia vegana italiana, lo bautizó ella.
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Así como cada mañana me coloco en la esterilla y trato de soltar el control para que reine la paz en mi cielo, entro a la cocina cada mediodía tratando de soltar el paladar para que emerja ese atisbo de lucidez y se muestre la naturaleza que todo lo envuelve. Me aventuro en los fogones con las especias indias, las recetas italianas y la granola casera, y en la esterilla pongo atención al sonido de la respiración, dedico unos minutos de meditación al finalizar y con todo se empiezan a atar los cabos sueltos. Tapo la olla donde se está cocinando el almuerzo de hoy y me convierto en la observadora activa del momento presente. Añado una pizca de sal negra del Himalaya a la tortilla de patatas como toque final.