Inauguré los cincuenta nadando con mantas rayas en un paraiso indonesio. Recibí el nuevo año en la old shala de Mysore y durante treinta días me mantuve fiel a la tradición.

Mi pie quedó atrapado en una ciénaga india y afloraron los miedos más profundos. Caminé por los puentes de raíces dobles y saludé a un tigre y varios rinocerontes. Completé una etapa. Gracias Invierno por tu locura y aquella muerte llorosa en mitad del pacífico. Ya te solté.
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En el trekking a los Annapurnas rocié la tierra de los himalayas con la sangre sagrada durante quince días. Aprendí a tocar los cuencos tibetanos. Cumplí la promesa de volver a bañarme en el Ganges. Aterricé en Málaga sin saber quién era. Me busqué en Paris y encontré los cincuenta años de amor de mis padres. Corrí hacia el mar con la floki y la Marita donde pude atisbar algo de luz. Gracias Primavera por tu incertidumbre y tus abrazos. Ya te solté.
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Exprimí el bono de la piscina en el pueblo del campo base. Volé hasta Bath a la caza de respuestas. Entré al templo de la quietud y encendí una vela para alumbrar la oscuridad. Cortaron mi pelo sin orden ni concierto. Me senté al borde del precipicio con mucho miedo. Se tambalearon las bases familiares. Viajé por los Pirineos con la floki y el amor. Gracias Verano por tu silencio y por sostenerme en el vacío existencial. Ya te solté.
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Sorprendí a la amistad verdadera en un par de ocasiones. El corazón de la floki dejó de latir y lloré sus últimos kilómetros. Posé en los sunsets atlánticos y cerré otra etapa. Volví al camino francés y una rana iluminó los siguientes pasos. En casa raíz morí dentro de un temazcal y renací embarrada con un hilo rojo en la muñeca. Enterré litros de lágrimas en el barro de la zona cero. Gracias Otoño por tu valentía y el cambio de piel que me brindaste. Ya te solté.