Con un australiano dentro de la ducha la caldera dejó de funcionar. Mientras los hospitaleros buscaban afanosamente la solución los tres aussies interrumpían con súplicas de agua caliente.
Era su primer día de camino y andaban desorientados. El peregrino americano se tumbó en el sofá tras aplicar hielo en su pie y compartió su plan de ver el sunrise en la cruz de ferro. Un coreano pidió ramen para cenar mientras la peregrina americana relataba su camino número veintidós.
~
La última peregrina en llegar tomó una copa de vino, un libro en inglés y disfrutó de una tarde de relax, no sin antes agradecer el espacio a los hospitaleros. Una madre y una hija desde Australia, y un padre y una hija desde América hicieron llorar a la hospitalera. También la peregrina que se ha regalado dos meses de caminar con calma, hasta llegar al océano. Los primeros kiwis que conocí emigraron desde Singapur y no reconocieron el Kia Ora del salón.
~
La brasileña que tomaba cbd para dormir no lo necesitó esa noche y la joven finlandesa vegana consiguió habitación tras una cancelación de última hora. Mientras la hospitalera leía sentada en un banco al sol, un peregrino la saludó con efusividad, parece ser que la reconoció de cuando estuvo en el albergue el beso hace tres años. Intercambiaron promesas, volver el año próximo y brindar con la craft beer gallega.
~
Cada mañana escucho como el desayuno se estira y se olvidan los kilómetros que claman tras la puerta de entrada. Algunos, temerosos de la subida y la bajada del día dejan su mochila y con su piedra en el bolsillo alcanzan la cruz de ferro, donde ofrendan su carga y agradecen cada paso del camino. El hospitalero me otorgó el poder de chatear y sostener los miedos, inquietudes y procesos de los peregrinos. Ahora bien, no estoy siempre disponible, decidí respetar mis límites y guardarme un espacio solo para mi.