El humo llegó antes del aviso sonoro en el móvil y los peregrinos despertaron con un destino incierto. Como una patata caliente las decisiones pasaban entre sus manos velozmente y tristemente comenzaron el camino de regreso a casa.
Los locales que montaron la algarabia en las fiestas corrían despavoridos ahora hacia su capital y acá quedamos los forasteros, para ayudar, cuidar y sostener lo que tocara. Se olvidaron de meter en las maletas las banderas patriotas con las que engalanaron la calle antes de que el humo lo invadiera todo.
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Se queman los bosques, arden los montes, decenas de aldeas son evacuadas, el fuego devora las casas y rogamos, cada día, con plegarias para que llueva y el fuego explosivo de la madre tierra quede extinguido y florezca la compasión para sostenernos entre todos.