Abrí la puerta a las 6.30 de la mañana y un cielo despejado repleto de estrellas me dio la bienvenida. Quise apagar la farola para disfrutar del espectáculo en profundidad pero no encontré piedra en el camino.
Miles de luces otorgaban de presencia a la oscuridad e iluminaban las sombras ocultas del corazón. Una vez soñé que moría y que mientras mi cuerpo se recogía en el regazo de la madre tierra mi alma mutaba en una estrella para alumbrar las tinieblas de los otros.
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Salí a desayunar con el peregrino de piedra que recién despertaba. Mientras bostezaba nos saludó unos de los monjes de la comunidad que recién abría la capilla contigua a nuestra casa. Morning, my friends, nos saludó efusivamente. Parece que los peregrinos están llegando, voy a mantenerlos en mis oraciones y también al pueblo palestino para aliviar su sufrimiento. Gracias por proclamar la libertad para Palestina. Todos somos uno, dijo leyendo la pizarra en un perfecto español.
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El peregrino de piedra me invitó a un viaje retrospectivo y pude observarme en mis haceres cotidianos. Recogí mi facilidad de crear rutinas que se convierten en surcos que automatizan los movimientos en un orden particular. Así quedó al descubierto la habilidad para desconectarme de la información sensorial de mi cuerpo. Alcanzo a ver cómo el peregrino me guiña uno de sus ojos y vuelvo a casa, salto el surco y vuelvo al cuerpo. Vuelvo a mi.
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Hace unos días soñé un par de veces conmigo en historias del pasado. Me atrevía a decir lo que en esos momentos sentía y no pude expresar al instante. Desperté fresca, descansada y con la sensación de una despedida sosegada. Serán cosas de este eclipse, o del proceso que vivo, donde aprovecho para soltar, sanar y elegir ser lo que soy, aunque no sepa exactamente lo que soy. Esta luna roja de hoy se tiñe con la sangre derramada por el pueblo palestino tras el g3n0c1d10 que están sufriendo. Que se quiebre el ego del tirano.