Una peregrina argentina se marchó a las dos horas de llegar, dejando una maleta de treinta kilos de recuerdos para ir al encuentro de unos amigos en la siguiente aldea, Foncebadon.
Al día siguiente la reserva de la habitación individual avisó que no llegaría y envió un taxi a recoger su maleta que ya se había estirado en la cama. Una familia de cuatro llegó pedaleando por etapas desde los países bajos para celebrar el aniversario de la orgullosa progenitora.
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Una familia inglesa de tres caminan el tramo final de su camino iniciado hace unos años. Quedaron tan encantados con el lugar que prometieron volver el año próximo. En el día sin peregrinos observé a los hospitaleros practicar el do nothing que tanto anhelan. Una pareja de peregrinos afincados en New York compartieron su vida en el barrio del born de Barcelona y esa noche soñaron con volver algún día.
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El peregrino australiano quiso quedarse a vivir entre la quietud y el veganismo que tanto le sorprendió. El padre que camina con sus dos hijas parlanchinas disfrutó en silencio de la cena y agradeció con una gran sonrisa al terminar. Aparecieron dos runners que celebraron la llegada con vino y galletas. La peregrina americana estaba tan nerviosa en su primer día que no supo disfrutar el desayuno. Se cambió de ropa antes de salir y le regaló un pantalón a la hospitalera para aligerar su mochila.
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El camino ha vuelto a recibir a los peregrinos y disfruto compartiendo con ellos mis bendiciones. Una noche la luna se enrojeció y pensé que seria el reflejo de la sangre derramada en la Palestina ocupada, masacrada y exterminada. Quizás el ser humano se está deshumanizando, me pregunto al despertar cada día. Sera buena idea repartir cada noche un extra de empatía, compasión y solidaridad en los sueños de los que protejo.