El cansancio asoma por cada uno de los poros de la piel que recubre el cuerpo. La pereza se acerca cada día con grandes dosis de atrevimiento. La valentía pierde fuelle conforme se acerca el amanecer.
Los pájaros han dejado de acunar mi despertar y hace semanas que siento un peso añadido sobre el hombro derecho. Sobre la mat estirada frente al altar de la naturaleza repito una y ciento siete veces más, ‘Esto también pasará’.
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Una funcionaria gallega de correos, de mejillas coloradas y de gran sonrisa entró en la oficina mientras una de sus compañeras me atendía. En sus manos blandía un tesoro y rompiendo el protocolo funcionarial explicó que era algo necesario para sobrellevar la astenia que reinaba en el ambiente. Con su chal de lana verde y sus ojos azules brillantes depositó en la palma de mi mano el reconstituyente que según ella iba a fulminar de un plumazo la fragilidad que envolvía el cuerpo. Recogí mi salvación y la saboreé con calma dejando que fuera llenando de energía cada hueco, cada espacio de mi cansado templo. Mientras confiaba en el proceso que estaba ocurriendo en mi interior la seguí con la mirada repartir dosis extra de fortaleza a las demás personas. Esta onza de chocolate puro puede cambiar su día, le dijo a un señor mayor que entraba por la puerta. La abracé con la mirada y susurré un graciñas que quedó flotando en la oficina.
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Ahora es el momento de avanzar con valentía, confianza y fortaleza hacia la nueva luz. Es tiempo de sembrar y de renacer. El ahora se presenta como una nueva oportunidad de creación. El atrevimiento es permitirse estar con lo que hay y confiar en que esto también pasará.