El canto de los pájaros al amanecer no consiguió que mis ojos alcanzaran la luz. Permanecí unos instantes más abrazada a la consciencia de estar en el ahora. Con la mat ya desplegada se coló vía móvil una reserva de nueve peregrinos franceses.
Las ocho de la mañana y sin camas libre, se viene potente el día, pensé antes de volver a la mat. Una vez allí entregué todo mi ser a la práctica y pude fluir en cada respiración, abriendo espacio a la creación de energía fresca. Dos horas de estar en mi. De enraizar a tierra. De descansar del otro.
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El grupo de nueve fue el primero en llegar, se asentaron en la cabaña como recompensa por haber caminado temprano. ‘Esto es un paraíso’ dijo el joven adolescente a su madre. Los peregrinos españoles fueron llegando poco a poco. ‘Yo a las siete no puedo cenar, eso sería merendar’ le escupió una joven a su pareja mientras éste caía derrotado en la silla aún con la mochila al hombro. La hija vegana de un grupo de tres actuó de guía local informando en redes de cómo es alojarse en una comuna, sin sabanas, con un menú poco elaborado, y teniendo que servirse el agua de grifo ella misma. En el living room un peregrino italiano agradeció la riqueza de las craft beer con un derroche de entusiasmo. Encontré a un peregrino austriaco en el bosque con mochila y sonrisa contagiosa. Desenrolló su hamaca colocándola en el hueco entre dos arboles, ‘fantástico sitio para pasar la noche’ dijo embargado por la ilusión. Con la mesa ya preparada apareció un peregrino francés en el jardín que montó su tienda junto a Gandhi. Se unió a la cena comunitaria para brindar con un vaso de vino por el momento presente. El grupo de nueve bajaba-subía platos de la cocina al jardín y viceversa con una naturalidad y soltura admirable.
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Me dirigía al descanso nocturno cuando llamó mi atención la sombra de un peregrino tras la valla de madera. Buenas noches hospitalera, como fue su día? dijo a modo de bienvenida. Sin término medio, le contesté. Lo visualicé durmiendo en el living room, y como si de mi boca hubieran salido esas palabras replicó, ‘no te preocupes, seguiré caminando, quiero acampar en un lugar alto, Conoces algún sitio?’ A cada frase que relataba se acariciaba el bigote de puntas retorcidas que tan majestuosamente lucia. Lió un cigarro al revés, bebió un litro de agua, se colocó el frontal en el cuello y pidió un abrazo. Lo necesario para caminar los ocho kilómetros de subida hacia el siguiente hogar. Agradece a la mujer sabia que llevas adentro lo vivido durante el día de hoy, fueron sus últimas palabras antes de sumergirse en la oscuridad luminosa del camino.