Hace tres dias una docena de peregrinos cenaron arropados por el calor de la estufa. Después de la carrot cake y las castañas asadas compartimos juntos unos momentos de conexión íntima.
Una peregrina inglesa y otra americana celebraban su primer aniversario de boda. Nos hablaron de su proyecto de crear un pequeño café vegano. Se llevaron la receta del hummus de mango para la inauguración. Un peregrino brasileño preparó los desayunos mientras acompañaba la conversación con una sonrisa infinita. La peregrina sueca presidió la mesa y agradeció la hospitalidad recibida. Algunos de ellos se mantenían en la escucha y en la mirada cómplice. Dos peregrinos españoles se quedaron en la penumbra para reaparecer y formar parte del abrazo colectivo que nació tras la conversación. Aquello se sintió como una emotiva despedida.
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A la mañana siguiente la mat se desplegó con humildad y el deber impositivo se diluyó en cada movimiento. Bajaron las fluctuaciones mentales, se generó más espacio para el momento presente, la visión se amplificó y la consciencia se tornó multicolor. Con cada respiración se impregnó el cuerpo de suavidad y emergió la sensación de estar en casa. Se generó una conexión milimétrica con aquello que hacía meses se desconectó y al final de la práctica visualicé una hilera de luces a ambos lados de un camino.
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Una vez retomadas las tareas del albergue observé que la piedra blanca del libro de peregrinos estaba en el suelo. Al ir a depositarla en su lugar sentí una atracción muy fuerte por abrirlo. Con tinta a cuatro colores las peregrinas veganas habían dibujado la visualización que se mostró en mi Savasana. ‘’Para recorrer el sendero que lleva de la oscuridad a la luz antes hay que descansar y rendirse a la experiencia para así saborear la quietud y la paz del entorno. Todo debe parar para recomenzar de nuevo’’.