Volver a casa. A esa casa donde no hay paredes, puertas, ventanas, esquinas, pilares, muebles, ropa, platos, cajas, papeles, escaleras, ni maletas por deshacer.

Volver a casa después de una larga ausencia. A esa casa construida con amor, fe, constancia, esfuerzo, devoción, disciplina, honestidad, curiosidad, pureza, la no violencia, entrega y renuncia a lo que un día fue válido.
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Como si de una vida pasada se tratara dirijo mis recuerdos hacia Thoreau, el castaño centenario de los no surcos, y de él emergen miradas de amor infinito por lo que fue. Curiosamente resuenan las veinte y tres respiraciones completas mantenidas en adho mukha svanasana mientras una spider woman de ojos brillantes y cuatro pares de patas extrafinas cruzaba la mat de norte a sur al ritmo de mis respiraciones. Al unísono también me asalta la imagen del pequeño Ratatouille corriendo la media marathon de este a oeste del living room mientras mis pies apuntaban al cielo en sirsasana e intentaba respirar pacíficamente… llama mi atención una hoja que comienza a bailar con el viento. Allí dirijo la mirada y me quedo danzando en los recuerdos de antaño.
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Ahora que volví intento observar desde otra perspectiva lo que allí aconteció. Enfoco mi mirada hacia Gandhi, el castaño líder del bosque y de la no violencia. Y ahi me quedo meciendo las vivencias bajo sus ramas y escuchando los susurros de sabiduría que siempre comparte tras casi mil años de vida. ‘Vosotros ya me plantasteis, no os necesito’. Y deja caer uno de los últimos erizos que permanecen agarrados a sus ramas. Tras golpear el suelo el erizo se abre por completo dejando a la vista tres brillantes castañas junta a una más pequeña. Siempre con vosotros, susurró al viento a modo de despedida.
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Volver a casa es volver a desplegar la mat con presencia, volver a encender la chispa de la devoción, volver a sentir la presencia en cada respiración, volver a la disciplina con amor y determinación, volver a fluir en cada instante, volver a sentir, volver a sentirme, volver a mi.