En estos dos últimos meses se desequilibró el mecanismo de prana-apana interno y mi cuerpo ha estado acumulando las impurezas dificultando el flujo energético.
Las despedidas y últimas celebraciones han avivado los cortocircuitos que el aglutinamiento de las impurezas provocaban en los circuitos y la energía quedó estancada, dejando sin espacio al impulso vital.
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Sin ser consciente de ello subí al avión y mientras sus alas se ajustaban para el despegue, las compuertas interiores de apana se abrieron sorpresivamente produciendo un estallido de sensaciones contradictorias. Las siguientes horas discurrieron entre la vigilia y el sueño profundo escuchando los movimientos sutiles que habitaban el cuerpo. El azafato no supo cómo acompañarme y me derivó a su compañera que gentilmente hizo magia con su bolso. Reposé la cabeza entre dos almohadas y permití que el proceso siguiera su curso.
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Tras un breve receso en Kuwait la incomodidad comenzó a emerger conforme nos acercábamos a destino. Con el aterrizaje ya en proceso, mi cuerpo entró en sincronía y optó por anclarse a tierra de manera explosiva. Purgó todas sus impurezas, eliminó el lastre acumulado de estos últimos meses, purificó el espacio liberando la ansiedad y el estrés acumulado and let it go. Y en ese momento, el equilibro del mecanismo prana-apana empezó a fluir.
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Horas después, procesando aún la experiencia sentada en un sillón a la espera de recoger la mochila entendí que no fue cuestión de mala suerte que mi luna brillara con intensidad en el mismo instante que daba inicio el vuelo, ni siquiera lo consideré una putada, lo viví como algo necesario para poder iniciar esta nueva etapa de mi vida, donde soy consciente que comienzo a transitar el camino de la fertilidad espiritual y desde donde no puedo estar más agradecida.