A los pocos meses de conocernos nos sentamos en el salón del pueblo blanco junto a una docena de cartulinas de colores, un manojo de rotuladores y un par de tijeras con la intención de dibujar nuestros sueños.
Las inauguré cambiando el mar de olivos por el mar mediterráneo. Posteriormente, peregriné desde la costa de sol hasta el Atlántico donde recalé en uno de sus pueblos blancos.
Hace una semana que establecí un compromiso conmigo y con un grupo de mujeres. Buscar un hueco en los ajetreados días de nuestras vidas para parar y descansar en el espacio de yoga nidra.
Cuando vivía en Bath acudía al TimeBank con el fin de intercambiar habilidades por el aprendizaje del idioma. Comencé en el grupo de jardinería, no por mis dotes botánicas sino porque escaseaba el personal.
Cuando la maga del sur golpeó suavemente dos veces mi hombro derecho, detuve la marcha y clavé las rodillas en tierra. Desde el centro del pecho se gestó un aullido que se elevó más allá de los campos de olivos.
Inauguré los cincuenta nadando con mantas rayas en un paraiso indonesio. Recibí el nuevo año en la old shala de Mysore y durante treinta días me mantuve fiel a la tradición.
Adoro pasear por el templo de la quietud. A veces lo hago sola, y otras en compañía. Este espacio virtual de meditaciones también brinda la posibilidad de encender una vela e impregnar el templo con tu luz.
Empaqué una bolsa con cuatro bragas, un pantalón de trekking, el forro polar, el bikini, dos libretas y un libro. Huyendo de la ausencia de calor de unos muros de piedra que jamás fueron calentados en invierno alcancé la arena de la playa grande.
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