A medianoche nos montamos en el tren para nuestro trayecto de 17.50 horas. Apenas podíamos movernos con las mochilas por el pasillo de cortinas y a oscuras era difícil encontrar la litera trece y catorce. Un alma caritativa atendió nuestra súplica y nos guió.
4 días y 750 gramos de experiencias acumuladas. Menos sunset y más sunrise. El cordón enrollado a la muñeca ha dejado de apretarme. Pienso en el poder transformador del fuego. El cuerpo comienza a despertar del letargo. Deposito las quejas en las cenizas y me cubro de agradecimiento al caer la noche.
Donde tú ves este vaso de agua clara con su refrescante rocío patinando vidrio abajo, yo percibo una sopa fría de bacterias, un vivero ártico de psicópatas protozoos, una orgía de virus replicantes en su gélido spa.
Un grupo de hombres sentados sobre la playa con sus cuerpos distendidos excepto por las retinas de carbón activado conversan sin mirarse.
Cuando la gran bola de fuego comienza su retirada ellas se cogen de la mano y arropadas por el click de la cámara de móvil de algún familiar dan sus primeros pasos hacia el mar.
Niponcillos recién casados. Ella debería llamarse Tami. Él, Tadao quizás. Y ello, no tengo dudas, se llama Samsonite king size negro. No, no hacen un trío. Hacen un cuarteto polígamo con otra maleta Samsonite granate con las medidas de Tami.
Nada. Así a bote pronto... de nada. A ver... segundo día por Bangkok...
"Jau do iu fil nau, jau do iu fil nau!". El taxista sacó su mueca infalible para epatar turistas, parece entrenado.
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