Casi es un hábito en noches de luna despertar de madrugada con el descanso ya acontecido en el cuerpo. Y así me quedo escuchando el ulular de la lechuza expandiéndose en el silencio nocturno.
Ese día al terminar la práctica sentí que algo había vuelto. En ese momento no supe qué es lo que volvía o a donde yo volvía. El insight me llegó al subir la cremallera del abrigo y lo sentí estallar desde el centro del corazón.
El cansancio asoma por cada uno de los poros de la piel que recubre el cuerpo. La pereza se acerca cada día con grandes dosis de atrevimiento. La valentía pierde fuelle conforme se acerca el amanecer.
Hoy es la tercera noche de abrir los ojos a las 3.15 de la mañana. El estridente maullido de un gato me trajo al mundo consciente. El resplandor de la luna se cuela por la ventana y lo siento como los primeros rayos del alba. Y ahora qué, me pregunto.
Llama mi atención un remolque que está girando en la esquina. Va cargado de grandes troncos de árboles cortados. Deben tener muchos años, intuyo por el diámetro que queda al descubierto. Su corteza es robusta y pienso donde habrán quedado sus raíces.
Mastroianni nos recibe con un gran abrazo verbal y un brillo de ojos que atrapa. Nos dejamos llevar hacia la mesa al fondo del bar. Un canal de television gallega ofrece el parte diario que sobrevuela la sala buscando oídos que contaminar.
El campo base se difuminaba en la madrugada mientras el Toyota le robaba km a la carretera de curvas. Como despedida, un cielo estrellado para guiarnos del este hacia el oeste. Allí donde se pone el sol.
Es tan confortable la melodía que emerge de la Nina Simone instalada en el techo de la habitación que salir de la cama temprano se ha vuelto una odisea. El mandala multicolor tejido en lana por Georgina te atrapa en su baile hipnótico y despierta la creatividad bajo las sabanas de coralina.
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