Acá la intensidad oscura. En lo buenos momentos y en los no tan buenos. Hace días que se siente la poderosa energía del universo. El canto del gallo hoy despierta más temprano de lo normal.
Esta luna llena eclipsada se cuela en la madrugada por la ventana y otorga de una brillante luz a la oscuridad mental. Emergen construcciones simbólicas fieles al estilo junguiano que generalmente escapan al entendimiento más racional.
Casi es un hábito en noches de luna despertar de madrugada con el descanso ya acontecido en el cuerpo. Y así me quedo escuchando el ulular de la lechuza expandiéndose en el silencio nocturno.
Ese día al terminar la práctica sentí que algo había vuelto. En ese momento no supe qué es lo que volvía o a donde yo volvía. El insight me llegó al subir la cremallera del abrigo y lo sentí estallar desde el centro del corazón.
El cansancio asoma por cada uno de los poros de la piel que recubre el cuerpo. La pereza se acerca cada día con grandes dosis de atrevimiento. La valentía pierde fuelle conforme se acerca el amanecer.
Hoy es la tercera noche de abrir los ojos a las 3.15 de la mañana. El estridente maullido de un gato me trajo al mundo consciente. El resplandor de la luna se cuela por la ventana y lo siento como los primeros rayos del alba. Y ahora qué, me pregunto.
Llama mi atención un remolque que está girando en la esquina. Va cargado de grandes troncos de árboles cortados. Deben tener muchos años, intuyo por el diámetro que queda al descubierto. Su corteza es robusta y pienso donde habrán quedado sus raíces.
Mastroianni nos recibe con un gran abrazo verbal y un brillo de ojos que atrapa. Nos dejamos llevar hacia la mesa al fondo del bar. Un canal de television gallega ofrece el parte diario que sobrevuela la sala buscando oídos que contaminar.
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