La shala estaba vacía, dispuse la mat entre los puntos rojos del suelo, la cristalera que hacía de pared dejaba entrever la vegetación tailandesa, en el centro un altar con fotos, flores, comida, libros y gel desinfectante.
El sol paradisiaco no siempre estuvo presente en los cincuenta y ocho días en filipinas. Una nube se coló en las mochilas durante el primer mes y humedeció ligeramente las huellas del camino. Le otorgamos una oportunidad con la extensión del visado y al final, el sol nos regaló su presencia hasta el último día.
Hace mes y medio que vamos saltando de una isla a otra por filipinas. Island hopping lo llaman por acá y ahora que llegamos a Palawan, la joya de la corona filipina, estos island hopping se han revalorizado con el creciente e invasivo turismo que todo lo contamina.
Cuatro mochilas y dos personas en una scooter, una motorela de diez minutos, un ferry con rayos de sol esperanzadores, una van de quince personas, un barco con literas compartidas, una room en casa de un marinero con un perro malhumorado, un bus de noventa minutos y otra van de quince personas y dos perros bajo un asiento.
Un mes de vivir viajando. Dos mochilas por persona con un ligero exceso de equipaje. Tres países del sudeste asiático. Ocho días en malasia. Dos para Singapur. Veintiuno de island hopping por las filipinas.
Mrs. Mila fue nuestro contacto en el puerto de Malatapay. Pagamos los tickets con sus tasas medio ambientales y sobre las tres de la tarde llegó la bangka. Era más pequeña de lo normal y el viento la zarandeaba con fuerza. Carles se tomó una biodramina nada más verla.
De camino a Changi, el aeropuerto enmoquetado donde no se respira una gota de estrés, reflexiono sobre lo vivido en Singapur.
Aún con coletazos del jet lag ese día despertamos temprano para hacer una de las visitas más anheladas en este país. Nos separaban pocos kilómetros de ella así que no dudamos en llamar a un grab que en diez minutos nos dejó junto a una gran reja anaranjada.
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